por Eva Henderson
Las decisiones que tomamos a la hora de alimentarnos no solo impactan en nuestro organismo sino también en el planeta. A medida que la población crece, también lo hace la demanda de alimentos, lo cual tiene un impacto directo en el uso de los recursos naturales: mayores extensiones de tierras para cultivo y cría de animales, agua y pérdida de la biodiversidad. Para entender de qué hablamos cuándo decimos alimentación con conciencia ambiental es fundamental conocer cómo funcionan la agricultura y la ganadería y qué impacto tienen en el ambiente.
Para la cría de ganado, son necesarias grandes extensiones de tierras que también se utilizan para cultivar el forraje destinado a su alimentación. Esto tiene como consecuencia un impacto ambiental profundo ya que, como el terreno no es suficiente, se incendian montes y selvas, a fin de “ampliar la frontera agropecuaria”.
Pero, además, la actividad ganadera, contamina con desechos como sus excretas, restos de “fitosanitarios”, restos de antibióticos (utilizados en los animales para evitar que enfermen), afectando el suelo y el agua, así como las napas subterráneas. Otra consecuencia es su mayor contribución con la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), producto de los gases que expulsan las vacas por fermentación entérica.
Es necesario repensar el modelo de producción y de alimentación, no solo en función de los humanos, sino también del planeta, y que los campos puedan ser utilizados para cultivar una gran variedad de plantas comestibles, como por ejemplo las legumbres que aportan buenas cantidades de proteínas, siendo estas mucho más económicas, ecológicas, y rendidoras (1 kg de legumbres rinde 2.5 veces su peso), lo que podría alimentar a muchas más personas. Esto sería beneficioso para el planeta ya que, para producir 1 kg de carne de vaca, se requieren al menos 15.000 litros de agua, mientras para producir 1 kg de cereales se emplea solo el 10 % de esa cantidad, y bien se sabe que el agua es un recurso escaso en diversas regiones del planeta.
El desequilibrio de los ecosistemas crece a pasos agigantados. Las temperaturas cada vez más altas en verano, las inundaciones y los desbordes de ríos, producto de un suelo que ya no puede absorber el exceso de agua, dan prueba de ello.
Una de las medidas más poderosas que pueden contribuir al cuidado de nuestro planeta es reducir el consumo de carnes o alimentos derivados de animales, ya sea excluyéndolos por completo (dieta vegana) o reduciendo su consumo a un máximo de 1-2 veces por semana (dieta flexivegetariana).
Las industrias se están dando cuenta de que hay una mayor demanda de alimentos basados en plantas. Reconocidas marcas de lácteos sumaron a sus líneas tradicionales, bebidas o leches vegetales. Esto tiene que ver con que las personas están demandando cada vez más productos a base de plantas, enfatizando en la necesidad de consumir alimentos de mayor calidad, más nutritivos y también conocer de donde provienen.
(*): Licenciada en Nutrición (M.N: 8805), posgrado en Nutrición Vegetariana (UBA), asesora científica de la Unión Vegana Argentina (UVA) y miembro de la Sociedad Internacional de Medicina Naturista.